¡Ay! En la vida yo avanzaba
Con la inquebrantable dignidad
De la reina Vasti
Cuando se negó a transitar
El umbral majestuoso
Del rey Asuero.
Algo me indicaba que
A tu encuentro
Se amilanaría
Mi interno fuero.
Mi frente, elevada con orgullo,
No permitía que mis ojos
Se desviaran.
Sin detenerme transité,
Sin mirar atrás,
Con el impulso del temor
De transformarme
En una estatua de piedra y sal,
Lo mismo que si fuese
La mujer de Lot.
Pero en uno de los giros
Imprecisos de tu voluntad,
Circunnavegaste mis costas,
Exploraste mis átomos,
Te acercaste inflamable
A mi fuego interior.
Entonces tu ser se enredó con el mío,
Doblegando mi abstinencia de amor.
Con tu dulce sonrisa sincera
Se rompió la constante cadencia
De mis huellas hacia la aflicción,
Me hiciste traspasar el umbral
En el que se torció mi ruta recta
Hacia el desasosegante dolor.
A mí me estalló por dentro
Una magia fulgurante,
Sentí como un trepidante volcán.
Viví el estruendo del Vesubio,
El Mauna Loa,
El Krakatoa,
El Popocatépetl.
Desde entonces quedó borrada
Mi angustia generada
Por la soledad
Y lo que anhelo es
Que el nervio de mi pierna
Se extienda
Y mis pulmones no se fatiguen
Al galopar
Y así entregarme al festín
De tu cuerpo,
Por el resto de los días
Que me aguarden por respirar.
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