No gano nada con ocultarte
Que ese sábado de gloria
Y resurrección,
Cuando tu voz golpeó
El caracol de mi oído,
Por tiempos ya inmovilizado,
Comenzaron a saltar
Entre mis venas
Las penas,
Preocupadas
Porque ya les había llegado su fin.
Tus palabras fueron ungüento
Derramado
Sobre mi espalda.
Y el timbre de tu voz,
Seduciente por demás,
Me hizo replantearme la vida.
Cuando vociferaste a este Lázaro
Que permanecía ahí dentro
Envuelto,
Nunca pensé que serías capaz
De arrastrarme a tu corriente,
Y me sumergí en lo profundo
De tus palabras mágicas,
Que sin ser abracadabras,
O ábretes sésamo,
Hicieron que las puertas
De mi amurallada ciudad,
Se abrieran de par en par.
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