Llamó el mercader en la plaza
Vociferando su provisión:
"Vengo
Del bazar de los camellos pigmeos
Que caben por el ojo
De su aguja".
Llamó el cansancio
Con sus palabras agudas,
A la puerta de mis piernas
Y mis columnas,
Llamó el sueño
Con su seño,
Desde la vereda antigua
De la muerte,
Llamó la suerte
Enmarañada entre las runas,
Llamó Jehová
Para que le sirviera
Como siervo inútil
De obra estéril.
Llamó el deseo de verte,
Llamaron tantos dioses,
Y de druidas y nereidas
Un millar de voces,
Pero no llamaste tu
Y el caracol de mis oídos
Empezó a sentir
La espantosa sed de tu voz
La angustiosa redundancia
De la soledad,
Y fue tanto lo que abundó
En mi interior de desolada alma sin amor,
Que en mi garganta se ahogaron las lunas
Se hundió mi naufragante corazón.
Ahora que ya las lágrimas
Han macerado mi cuerpo y su candor
Ya solo queda
Este cadáver insepulto
Que desde fuera de mi caverna
Muchos llaman en alta voz
Pero que no quiere escuchar
Mas que el rumor consolante
De tu respiración,
Y el batir desesperante
De tu corazón.
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