El anhelo del poeta es como un sepulcro
Una matriz estéril,
Una tierra reseca
Insaciable de aguas,
Como el implacable fuego
Que nunca dice: ¡basta!
Y el poema es la daga
Que traspasa
La garganta.
Atascado en el plexo.
Esparcido en la cabeza.
Difuso en el pecho.
A veces
Bajo la lengua
Donde reposa
El hojaldre y la miel
A la espera de saltar
Impreciso
Obtener la dilecta
Corona de laurel.
Ibídem sucede
Con los sentimientos.
Cuando venga la muerte,
Empuñando su guadaña
Ya no servirá
La capacidad
De la pupila
Devoradora
Insaciable
De verdad.
¿Dónde irá el poema no dado?
Cuando ya la vara
De Aarón
No tenga más savia
Para reverdecer.
El pozo de la dicha
Esté lleno de monedas.
Cuando el labio termine
De morder
La última fruta
Del cuerno de la abundancia.
Y no sea válido
Prorrumpir en sollozos
Porque el cielo hendido
De par en par esté.
Cuando el poeta haya muerto
Con sus poemas
De deseo y anhelo no dichos
Para qué servirán entonces
Los suspiros, el temblor,
La electricidad.
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