Es preciso admitirlo.
Ni por el estremecimiento
De las mangas
De viento,
Ni por las trombas
Marinas,
Tampoco por el mítico
Temblor
De la Atlántida
Y sus aguas,
Ni por el vórtice
De estrellas
O el torbellino
De algas.
Fue a causa
De la innombrable
Soledad.
Las provincias
Contiguas al lacrimal
De mis ojos sedientos
Habían sido puestas
En alerta de inundación.
Pero la dentada rueda
De la fortuna
Te trajo hasta la puerta
De mi casa
Y todo fue,
Desde ese instante,
Un restaurarse
De la alegría,
Regocijo
De campanas
Y trompetas
Jubilosas
Para anunciar el cambio
De mi lloriqueo en danza
Y del fin
De mi gran
Tribulación.
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