Y esa mañana
La emperatriz de las amapolas
Besó apasionadamente mis pupilas
Impregnándome con el color
De su aureola,
Desde mi sur hasta mi norte,
Desde mi este a mi oeste,
Desde mi cenit hasta mi nadir.
Y me dejó saciado de amor
Su boca que delataba
Haber bebido hasta la saciedad
Sangre de claveles,
Ofrendados en su honor
Por mi espíritu
Y manchó mi cuerpo de blanca lana
Con la estampa de sus besos.
Con sus diestras manos
Ella era capaz de reconstruir
En mi cuerpo
Mis marchitos ikebanas.
Por eso voy a firmar con mi sangre
En el libro de mi razón
Que perennemente la voy a amar
Aunque en su espíritu
No florezcan las higueras,
Ni sus vides lleven fruto,
Aunque falte el producto
De sus reverdecidos olivos,
Porque ella hace a mi espíritu
Elevarse a las alturas
Y en camino de penurias
Me evita el andar.
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